miércoles, 11 de septiembre de 2013

Onces de septiembres: secuelas poéticas de la muerte de Allende, de los atentados contra las Torres Gemelas y del nacimiento de Adorno


Foto: Ana Santos Payán

La ciudad, un poema de Gonzalo Millán Arrate dedicado a la muerte de Allende

El río invierte el curso de su corriente. 
El agua de las cascadas sube. 
La gente empieza a caminar retrocediendo. 
Los caballos caminan hacia atrás. 
Los militares deshacen lo desfilado. 
Las balas salen de las carnes. 
Las balas entran en los cañones. 
Los oficiales enfundan sus pistolas. 
La corriente se devuelve por los cables. 
La corriente penetra por los enchufes. 
Los torturados dejan de agitarse. 
Los torturados cierran sus bocas. 
Los campos de concentración se vacían. 
Aparecen los desaparecidos. 
Los muertos salen de sus tumbas. 
Los aviones vuelan hacia atrás 
Los rockets suben hacia los aviones. 
Allende dispara. 
Las llamas se apagan. 
Se saca el casco. 
La Moneda se reconstituye íntegra. 
Su cráneo se recompone. 
Sale a un balcón. 
Allende retrocede hasta Tomás Moro. 
Los detenidos salen de espalda de los estadios. 
11 de Septiembre. 
Regresan aviones con refugiados. 
Chile es un país democrático. 
Las fuerzas armadas respetan la constitución. 
Los militares vuelven a sus cuarteles. 
Renace Neruda. 
Vuelve en una ambulancia a Isla Negra. 
Le duele la próstata. Escribe. 
Víctor Jara toca la guitarra. Canta. 
Los discursos entran en las bocas. 
El tirano abraza a Prat. 
Desaparece. Prat revive. 
Los cesantes son recontratados. 
Los obreros desfilan cantando 
¡Venceremos!



Allende por Mario Benedeti


Para matar al hombre de la paz
para golpear su frente limpia de pesadillas
tuvieron que convertirse en pesadilla
para vencer al hombre de la paz
tuvieron que congregar todos los odios
y además los aviones y los tanques
para batir al hombre de la paz
tuvieron que bombardearlo hacerlo llama
porque el hombre de la paz era una fortaleza

para matar al hombre de la paz
tuvieron que desatar la guerra turbia
para vencer al hombre de la paz
y acallar su voz modesta y taladrante
tuvieron que empujar el terror hasta el abismo
y matar más para seguir matando
para batir al hombre de la paz
tuvieron que asesinarlo muchas veces
porque el hombre de la paz era una fortaleza

para matar al hombre de la paz
tuvieron que imaginar que era una tropa
una armada una hueste una brigada
tuvieron que creer que era otro ejército
pero el hombre de la paz era tan sólo un pueblo
y tenía en sus manos un fusil y un mandato
y eran necesarios más tanques más rencores
más bombas más aviones más oprobios
porque el hombre del paz era una fortaleza

para matar al hombre de la paz
para golpear su frente limpia de pesadillas
tuvieron que convertirse en pesadilla
para vencer al hombre de la paz
tuvieron que afiliarse para siempre a la muerte
matar y matar más para seguir matando
y condenarse a la blindada soledad
para matar al hombre que era un pueblo
tuvieron que quedarse sin el pueblo.

Fotografía del 11 de septiembre por Wislawa Szymborska

They jumped from the burning floors—
one, two, a few more,
higher, lower.

The photograph halted them in life,
and now keeps them   
above the earth toward the earth.

Each is still complete,
with a particular face
and blood well hidden.

There’s enough time
for hair to come loose,
for keys and coins
to fall from pockets.

They’re still within the air’s reach,
within the compass of places
that have just now opened.

I can do only two things for them—
describe this flight
and not add a last line.

Traducción de Clare Cavanagh y Stanislaw Baranczak 
Fuente: Poetry Foundation


Alabanza para la sección 100, un poema de  de Martín Espada


para los 43 afiliados de la Sección 100 del Sindicato de Trabajadores de Hoteles y Restaurantes, que trabajaban en el restaurante Windows on the World y que perdieron sus vidas en el ataque contra las Torres Gemelas

¡Alabanza! Alabado sea el cocinero rapado
y tatuado en el hombro con la palabra Oye,
un puertorriqueño de ojos azules con familia en Fajardo,
un puerto de piratas siglos atrás.
Alabado sea el faro de Fajardo, una vela
que brilla blanca para rendir culto al oscuro santo del mar.
¡Alabanza! Alabada sea la gorra amarilla de los Piratas de Pittsburgh
que el cocinero lucía en nombre de Roberto Clemente, y su avión
incendiado en mitad del océano cargado con latas para Nicaragua,
para todas esas bocas que sólo masticaban cenizas de seísmos.
¡Alabanza! Alabada sea la radio de la cocina, conectada
antes que el horno, para que la música y el español
subieran antes que el pan. Alabado sea el pan. ¡Alabanza!

Alabado sea Manhattan desde lo alto del piso 107,
como una Atlántida vislumbrada desde un acuario antiguo.
Alabados sean los ventanales de la cocina donde los inmigrantes
entornaban los ojos y casi veían su mundo, y oían el canto de las naciones:
Ecuador, México, República Dominicana,
Haiti, Yemen, Ghana, Bangladesh.
¡Alabanza! Alabada sea la cocina matutina,
donde el gas brillaba azul en cada fogón
y los extractores disparaban sus diminutas hélices,
las manos cascaban huevos con rápidos pulgares
o descuartizaban cajas de cartón para levantar un altar de latas.

¡Alabanza! Alabada sea la música del ayudante, el tintineo
de la vajilla y la cubertería en el barreño.
¡Alabanza! Alabado sea el fregón, el friegaplatos
que trabajó esa mañana porque otro friegaplatos
no dejaba de toser, o porque necesitaba horas extra
apilando sacos de arroz y frijoles para una familia
que flotaba a la deriva en alguna isla caribeña plagada de ranas.
¡Alabanza! Alabada sea la mesera que escuchaba la radio en la cocina
y cantaba para sí misma sobre un hombre que se fue. ¡Alabanza!

Despúes del trueno más salvaje que el trueno,
despúes del profundo temblor en el vidrio de los ventanales,
despúes de que la radio callara como un árbol lleno de ranas aterradas,
despúes de que la noche reventara el dique del día e inundara la cocina,
por un tiempo brillaron los fogones en lo oscuro como el faro de Fajardo,
como el alma del cocinero. Alma, digo, aunque los muertos no puedan hablarnos
de los pelos erizados en la barba de Dios, porque Dios no tiene rostro,
alma, digo, para nombrar a los seres de humo lanzados en constelaciones
a través del cielo nocturno de esta ciudad y de ciudades venideras.
¡Alabanza!, digo, aunque Dios no tenga rostro.

¡Alabanza! Cuando la guerra comenzó, desde Manhattan y Kabul
dos constelaciones de humo se levantaron y se acercaron a la deriva,
mezclándose en el aire helado, y una dijo en afgano:
–Enséñame a bailar. No tenemos música aquí.
Y la otra contestó en español:

–Yo te enseñaré. Música es todo lo que tenemos.

Traducción: Diego Zaitegui y Pedro J. Miguel


Y Theodor Adorno, en su aniversario, seguirá pensando que escribir poesía es un acto de barbarie?



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